Sunday, December 2, 2007

HALLAN TRES NUEVAS MOMIAS EN LA CIUDADELA INKA DE MACHUPICCHU

IMPONENTE. LAS MOMIAS ESTAN DEBAJO DE LA PIEDRA MANCHADA DE NEGRO


Los restos son de dos adultos y de una persona muy joven. Aún no se sabe de qué sexo son. Otras momias halladas en 1911 habían sido prestadas a la Universidad de Yale, en EE.UU., pero jamás las devolvieron. Roberto Pablo Guareschi. ENVIADO ESPECIAL A PERU.
Tres nuevas momias fueron halladas en Machu Picchu, la "ciudad perdida" de los incas, en lo que constituye un verdadero acontecimiento arqueológico. La legendaria ciudad de los Andes peruanos fue construida por los incas entre 50 y 100 años antes de la llegada de los españoles. Pero como los españoles jamás supieron de ella, recién fue "presentada" al mundo en 1911 por un estudioso norteamericano, quien la encontró gracias a la información de un campesino peruano.

Hiram Bingham, arqueólogo estadounidense, se llevó a la Universidad de Yale todas las momias que halló y nunca honró su promesa de devolver las reliquias en 18 meses. Por eso tiene especial importancia el hallazgo de tres nuevas momias, realizado hace apenas 12 días: es el primero después de Bingham. Así que estas tres momias son hoy las únicas originales de Machu Picchu (se pronuncia Pikchu) que Perú tiene en su poder.
Las tumbas halladas pertenecen a dos adultos y a una persona muy joven. La excavación recién ha comenzado, así que es muy poco lo que puede verse: unos pocos huesos y algunos utensilios, suficiente para llenar de alegría y emoción al equipo que hizo el hallazgo y a este periodista de Clarín. Suficiente, también, para producir en todos un sentimiento reverencial.
"Este es un lugar sagrado", nos dice Sabino Hancco, un arqueólogo cusqueño de 37 años. Macizo y algo alto para un hombre con mucha sangre indígena, Sabino tiene un aire de humildad, y también la seguridad de quien sabe que ya ha entrado en la historia de Machu Picchu. Sabino se refiere a que los muertos ocupaban un lugar central en la vida de los incas.
En la mañana del 9 de octubre, Sabino Hancco, un ayudante y los bachilleres en arqueología Antonio Cruz Huaman y Werner Delgado Villanueva, comenzaron una tarea programada con mucha anterioridad: la restauración de un recinto que amenazaba desmoronarse, cerca del límite nordeste de la ciudadela, en la zona de colcas (depósito de granos).
No se sabía qué función cumplía esa construcción para los incas de Machu Picchu, aunque la forma de una roca que cubre el lugar como un voladizo hace recordar al famoso Templo del Cóndor, un recinto-escultura que posiblemente sirvió para el culto.
Esa escultura, un punto principal en toda visita a Machu Picchu, aprovecha dos salientes rocosas naturales, simétricas, para sugerir las alas desplegadas; el cuerpo es una piedra plana apoyada en el piso de tierra en la que sobresale el anillo blanco del ave. El cóndor es una de las tres deidades principales de los incas. Sabino Hancco cuenta:
—Primero sacamos la capa superficial, unos 30 centímetros de humus. Cuando estábamos sacando la segunda capa —de tierra suelta con grava—, apareció un pequeño muro de piedra semicircular. Ahí supe que era un tumba. La momia debía estar en posición fetal.
Se quita y se pone un sombrero con visera, se alisa su cabello fuerte y pinchudo. Está reviviendo la solemnidad del momento. En completo silencio, tensos y cuidadosos, con cepillitos y pequeños instrumentos de metal, llegaron a la tercera capa (tierra suelta y arenilla con cuarzo).
—Ahí vimos la osamenta —dice—: parecen partes del occipital, el hueso de la nuca, y de una tibia y un peroné, los que arman la pierna. Eran exactamente las 9.30.
"Un poco después la tierra entregó un objeto de bronce de unos 5 centímetros de diámetro", cuenta Jorge Luis Gamarro, ingeniero químico a cargo del estudio y la preservación de las momias. Posiblemente es un lirpu, pieza circular de bronce muy pulido que los hombres llevaban en el pecho. "Brillante como un espejo", dice Gamarro, y puntualiza que eso aún debe ser comprobado científicamente. Aún no se determinó de qué sexo son los restos.
El viernes último Clarín vio en el foso, de 50 centímetros de diámetro y unos 60 centímetros de profundidad, un cráneo abierto por arriba. Y en el piso del cráneo (piso de tierra porque aún no se había llegado a la base ósea) aparecían tres premolares, bastantes gastados: "podrían corresponder a una persona de entre 45 y 50 años", dice el químico Gamarro, criollo bajo y vivaz. Sus anteojos y su manera de exponer le dan un aire intelectual.
Junto al cráneo se ve un pequeño recipiente marrón- anaranjado, de cerámica esmaltada, con una delicada guarda en negro en torno de la boca. Parece un p'uyñus, que servía para guardar y transportar líquidos. Junto a él hay una olla con tapa hecha de barro crudo; tiene unos 20 centímetros de diámetro. Ambas cerámicas domésticas tienen un asa que permite tomarlas desde arriba.
Los incas enterraban a sus muertos junto con algunas de sus pertenencias valiosas, y alimentos sólidos y líquidos. Solían llevar chicha cuando iban de visita. Al llegar vertían en un vaso un poco de la bebida —un destilado de maíz—, y lo entregaban al dueño de casa. Y después de servirse ellos mismos en otro vaso, tomaban juntos un sorbo. Luego le tocaba al anfitrión hacer lo mismo. Con esa pausada ceremonia empezaba el encuentro, según cronistas españoles.
Además de todo lo dicho hay fragmentos textiles (pueden pertenecer a ropa, como ponchos; o a accesorios, como bolsas) y dos prendedores grandes, revestidos del verde- celeste, claro e intenso, del óxido de cobre, fabricados posiblemente con una aleación de cobre y plata.
Sabino Hancco se dio cuenta de que estaban haciendo historia, pero también una profanación. Como contando una intimidad nos dice despacito que se apuraron a hacer un "pago". Cavaron un hoyito en la tierra, vertieron un poco de vino y dejaron un "quinto": tres hojas de coca unidas en un ramito. Es exactamente la misma ceremonia que celebraban sus antepasados incas. "Quisimos pagarle a la tierra lo que le vamos a sacar", dice.
No querían quedar en deuda, seguro. Pero quizá también querían aplacar a la Pachamama (la madre tierra), para que no les enviara desgracias. Algunos de ellos creen que Bingham, el arqueólogo que se llevó todo a la Universidad de Yale, no tuvo una muerte natural. Sin embargo, murió en la cama después de dedicarse a los negocios y a investigar, a pedido del presidente Harry Truman, casos de supuesta "subversión" en el mismísimo Departamento de Estado.
Después del pago vino una fiesta con chicha, la misma bebida central de la vida social y religiosa de los incas. Al día siguiente "vino la televisión", y después, el lento trabajo de avanzar milímetro a milímetro. Comprobaron que la tumba-uno (así la bautizaron) tiene mucha humedad. Hay una filtración en la roca que sirve de pared de fondo al recinto (la misma roca que forma el alero) y se tomaron medidas para neutralizarla. Es crucial: todo lo que un día fue humano, y muchos de los objetos que acompañan a las momias, pueden desintegrarse si se manipulan húmedos.
Cinco días después, el lunes 14 último, se confirmó algo que todos esperaban. Había otras momias. A tres pasos de la primera, hacia el Norte y junto a la misma pared, aparecieron primero los pequeños muros semicirculares que encierran a las momias, y después huesos y objetos.
Las dos nuevas momias completan lo hallado en ese lugar. La más cercana a la encontrada el 9 de octubre, la tumba-dos, parece pertenecer a una persona de poca edad —infante o adolescente, su sexo aún no se ha determinado—. Aquí se hallaron dos prendedores iguales a los de la tumba-uno, pero mucho más pequeños. El viernes pasado se veían también fragmentos de huesos y de tejido, aún aferrados por la tierra.
La tumba-tres mostraba algo similar, huesos, textiles y prendedores. Si pertenecieran a una mujer (según cree el equipo que hizo el hallazgo) se abrirían especulaciones que llegan al corazón... aunque sólo especulaciones: ¿Las tres tumbas serían de una familia? Y si lo son, ¿murieron juntos? ¿Cómo? ¿Por qué?
Son preguntas prematuras que tal vez nunca tendrán una respuesta definitiva. Mientras tanto, habrá otras no menos importantes que serán respondidas pronto y con seguridad. Un sencillo análisis del tejido revelará a qué clase social pertenecen los restos: sólo la elite usaba ropa de vicuña. Los dientes —explica Gamarro, entusiasmado ante el trabajo que le espera—, indicarán las edades aproximadas y los hábitos de alimentación.
De pronto, el ingeniero se queda absorto mirando al cielo sin nubes de la mañana. Un cóndor planea en el delgado aire de los Andes. Muy pocas veces ese maravilloso pájaro se deja ver en el santuario. Hoy vuela en círculos, a unos 4.000 metros de altura, cerca del Huayna Picchu, uno de los altos cerros que rodean a la ciudadela de los incas. "Es un Apu (dios) Cóndor que viene a ver qué le estamos sacando a la tierra", dice Gamarro, emocionado. Todos nos quedamos en silencio.
El hallazgo de las momias seguramente servirá para darle aún más nombre a Machu Picchu, las ruinas incaicas más famosas, si bien no son las más importantes. Su fama se debe al misterio que las rodea. No se sabe qué función cumplía en el imperio inca ni por qué fue abandonada de un día para otro.
Para este año esperan que unos 300.000 turistas visiten la misteriosa ciudad. A un costo de 20 dólares la entrada, aportará a los peruanos 6 millones de dólares sólo por ese concepto.
El hallazgo también reactualizará el justo reclamo de los peruanos para que la prestigiosa Universidad de Yale no demore más la devolución de las reliquias llevadas por Bingham. La historiadora peruana Mariana Mould de Pease, contó a Clarín que, a comienzos del siglo XX, Bingham hizo que su gobierno presionara al peruano para modificar la legislación y poder sacar los objetos. Aun así, la salida fue autorizada por sólo dieciocho meses. De modo que hace más de 90 años que Yale viene quebrando su promesa.
Peor aún, se ha permitido ahora que el Museo Peabody exhiba en EE.UU., ilegalmente, parte de lo quitado a los peruanos. Para muchos historiadores y arqueólogos peruanos este gesto parece un desafío, o simplemente una señal de desdén.

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